Ich spreche Deutsch

Al contrario de lo que parecería por lo que escribo aquí, twitteo o las fotos de Facebook, mi intercambio no sólo se ha tratado de fiestas y viajes. El objetivo principal de este año era otro y por eso hoy vengo a hablarles del ámbito académico. Porque no todo es juego.

Aunque “aprender alemán”, así con comillas y todo, suene a excusa en verdad es todo un reto (para el que lo quiera hacer en serio, claro). Si bien en Colombia ya había hecho un curso en el Goethe Institut y 6 en la Universidad, enfrentarse a una situación en la que está en juego tu comida o ubicación es muy diferente. Porque una cosa es estar en un salón de clase tranquila, anotando palabras y palabras y la forma correcta de ordenar las frases y otra cosa es ponerlo en práctica no por opción sino por necesidad.

Es así como me encontraba yo el 29 de Febrero en el aeropuerto de Frankfurt con una maleta grande y otra pequeña y una cara de desubicada que podía ocultar aún menos que mi cara de latina. A mi alrededor pasaban innumerables personas, la mayoría en traje y con maletines, caminando a gran velocidad de un lado a otro del extenso aeropuerto. Me acerqué a un guardia y le dije:

Entschuldigung, ich brauche Zug 

(Disculpe, necesito tren)

No sé si fue por mi pronunciación o porque de los nervios me tembló la voz o qué, pero no me entendió.

Algo que me pasó fue que apenas llegué a Alemania es que se me olvidó por completo que sabía inglés. No se me olvidó el inglés en sí, sino que abandoné toda consciencia que poseía dicho conocimiento.
¡Qué fácil habría sido comunicarme aquí, hacerme entender por toda esa gente que me miraba con cara de signo de interrogación! La mayoría de la gente habla inglés, pero si hubiera echado mano todo el tiempo no habría avanzado nada en el idioma que vine a aprender. Perdón, a mejorar. Así que encerré el inglés en un rincón de mi cerebro y ahí quedó por un largo rato. Y lo peor es que ni siquiera fue porque yo lo decidiera, sino que fue un acto totalmente inconsciente. Podía entender al leer y escuchar, pero cuando habría la boca y me proponía decir algo simplemente no salía. Lo frustrante es que no salía ni en inglés, ni en alemán y a veces ni siquiera en español. Son las cosas que pasan cuando uno tiene una mezcla en la cabeza.

Afortunadamente me encuentro en un Studienkolleg muy bueno. Studienkolleg es algo así como un instituto que tienen casi todas las Universidades de Alemania, y cuya función es enseñar alemán y cultura a los extranjeros que quieran hacer una carrera en Alemania. Y exactamente esos son mis compañeros: gente de todas partes del mundo que se preparan para hacer y pasar el examen DSH (Deutsche Sprachprüfung für den Hochschulzugang, por si tenían curiosidad de saber qué significan las siglas), que certifica la capacidad de uso de alemán a nivel universitario.

Allí veo más o menos 5 horas de alemán diarias, distribuídas en distintas clases: Hörverstehen (comprensión auditiva), Wissenschaftlichen Strukturen (estructuras científicas, o en otras palabras gramática), Leseverstehen (comprensión lectora), Mündliche Kommunikation (comunicación oral) y este semestre también Textproduktion (producción de textos).

Tanto estas clases, así como situaciones cotidianas como hacer mercado, hablar con amigos al almuerzo o tomar cerveza en el bar, constituyen una constante deconstrucción de mi misma y de mi conocimiento, pero también una resignificación. Y la gran conclusión es que aunque sé poco, es más de lo que sabía antes. Todos los días se aprende algo nuevo, pero en mi caso ese ALGO tiene que ser así, en mayúsculas, negrita, cursiva y subrayado.

No sé si es correcto calificar a los idiomas de “fácil o difícil”, pero sí es cierto que para un hispanoparlante es más factible aprender una lengua romance. En cambio el alemán es más arduo y requiere de más trabajo. Pero esa fue precisamente una de las razones por las que escogí aprender este idioma: la dificultad más allá de ser un obstáculo, es un incentivo para aprender más. El alemán es un reto constante, que hace que la ambición por el conocimiento aumente exponencialmente y al alcanzar dicho conocimiento la satisfacción. Como dijo uno de los colombianos de intercambio: “En el alemán hay un mundo interminable de palabras nuevas, expresiones exquisitas y muchos detalles  especiales en el idioma que, para quienes esconden un pequeño masoquista lingüista en su interior, hacen de su día un sencillo deleite gramatical.”

Y todo este discurso más que para contarles a ustedes, tiene la función de recordarme a mi por qué estoy enamorada de este idioma que me agota, frustra, pero emociona, admira y sorprende al mismo tiempo.

El semestre pasado para “pasar de nivel” debía aprobar un examen llamado E-Test. Y yo, a pesar de haber faltado a todas las clases de los viernes, de haber viajado casi todos los fines de semana, de los incontables guayabos, salí eximida.

Pero ahora me enfrento a un reto mayor. El próximo 15 de Diciembre presento el DSH, examen que ya les mencioné, para certificarme como nivel C1 de alemán. Obviamente de ese no me pueden eximir. Lo complicado es que las clases terminan aquí en Febrero, por lo que voy a presentar el examen dos meses antes, y tengo que aprender por mi misma todos los temas de esas clases en este tiempo. Es decir, tengo menos de un mes para llegar autodidactamente a ese nivel.

Y otro obstáculo es que además de las 5 horas diarias de alemán, estoy viendo materias de la universidad, seminarios que homologuen en mi(s) carrera(s). Y una vez más, como me voy antes de final de semestre, que es en Marzo, debo sacar todas las notas antes. Eso significa hacer exposiciones de mínimo 20 minutos con mínimo 10 fuentes bibliográficas y sobre eso un trabajo escrito de mínimo 12 páginas.

Por eso hace un rato estoy en “ñoña-mode: ON” y cada vez que me desanime voy a regresar a este post. Y si todo sale bien, regresaré a Bogotá con todas mis metas cumplidas.

Yo también fui una "wallflower"

Y todavía lo soy, en muchos aspectos. Yo soy muy callada, ese tipo de personas que se sienta a escuchar y a pensar y reflexionar en vez de participar (muchos llaman a eso “timidez”). Ese tipo de personas que se la pasa leyendo libros para distraerse del mundo real. Ese tipo de personas que le cuesta mucho hacer amigos, pero una vez los hace los valora como a nadie.

El libro está narrado en forma de cartas que Charlie, el personaje principal, le escribe a un misterioso conocido (no a un amigo, pero tampoco a una persona al azar). Ese misterioso conocido resultas ser tú. Lo cual lo hace raro pero envolvente, le da un poco de participación al lector. Porque a la vez que eres al que Charlie le cuenta sus cosas no puedes evitar sentirte, al menos un poco, identificad* con él.

O por lo menos es mi caso. Leer “The Perks of Being a Wallflower” me transportó en el tiempo. Volví a ser esa pre-adolescente que está descubriendo muchas cosas. A través de las cartas de Charlie me sentí desubicada, ansiosa, con miedo. Me sentí infinita. Volví a hacer amigos, a amar la clase de español, a tener mi primera “traga”.

Aunque desde el principio queda claro que Charlie tiene un problema mental, no es un adolescente de 15 años normal pues tuvo una experiencia que lo traumatizó, por lo cual es un poco inocente e ingenuo para su edad, es absolutamente sensible (llora por todo) y su forma de razonar es muy peculiar. Pero eso mismo es lo que hace interesante su narración. Sus amigos Sam y Patrick. Además menciona temas importantes como el sexo, las drogas, el aborto, el alcohol, la masturbación, lo que lo hace más real. Y lo hace admirar, teniendo en cuenta que fue escrito en los 90. Personalmente me gustó mucho, hace mucho no devoraba un libro como lo hice con este. Aunque este es el tipo de libros que amas u odias, sin puntos medios.

Todavía no me he visto la película. Y la verdad me quedaría sin verla si no es porque sale Emma Watson. Lo cual es irónico, porque si no supiera que hay película no me habría interesado para nada en leer el libro. Esas cosas pasan.

Cita favorita:

“we accept the love we think we deserve”.

(leí el libro en inglés)